Quiero tenerte un día entero. Por lo menos poseerte
Viajar contigo
Escribirte cartas. Escribirte todo
Ahora me acuesto, es demasiado angustioso permanecer despierto.
Te quiero. Soy insaciable
Quiero pedirte que hagas lo imposible
Eres más rápida que yo. Amo tu coño Anaïs, me vuelve loco. ¡Y la manera en la que dices mi nombre! Dios mío, es irreal.
Escucha estoy muy borracho. Me duele estar aquí solo. Té necesito. ¿puedo decirte alguna cosa? puedo, ¿o no puedo? ven rápidamente pues y jódeme. Córrete conmigo. Rodéame con tus piernas. Caliéntame. Abrígame. Utilízame. Haz tu juego. Conmigo y sin mi.
Siento rotundamente que te necesito. Necesito alguien con quién intercambiar opiniones. Alguien de similar estatura. Cuando vuelvas voy a ofrecerte una fiesta erótico-literaria, lo que significa follar y hablar, hablar y follar, y entremedias una botella de Anjou, o un vermú con cassís. Anaïs, voy a abrirte las ingles. No lo puedo evitar.
Yacer encima de ti es una cosa, pero acercar-se a ti es otra. Me siento cercano a ti, formo parte de ti, eres mía sea o no reconocido. Ahora cada día que te espero es una tortura. Los cuento lenta, penosamente sí generosa, sí, te lo pido. Haz un esfuerzo. Té necesito. Este largo domingo.
***(nota marginal)*** Dios mío quiero verte. Verte entero. Tu rostro, tu palidez. Tan helado como la de la última noche. Tu cabello, exponlo al sol, que vuelva el calor. Te amo como eres.
Amo tu lomo. Tu dorada palidez, el declive de tus nalgas, tu ardor interior, tus fugas.
Anaïs, te amo tanto, ¡tanto!, Se me traba la lengua. Incluso estoy lo suficientemente loco para creer que puedes venir a mí de improviso. Estoy aquí sentado escribiéndote con una tremenda erección.
Siento tu suave boca cerrándose sobre mí, tu pierna apretándose contra mí. Te veo de nuevo aquí en la cocina quitándote el vestido y sentándote encima de mí, y la silla desplazándose por el suelo de la cocina, dando porrazos.
Te necesito desesperadamente. Necesito tu fortaleza, tu dulzura, tus manos, todo tú; no sabes las cosas que recuerdo y anhelo. Me saca de mis casillas imaginar, sentir o expresar todo esto con el rostro de Hugh abriéndose paso lentamente.
Me gusta cuando dices todo lo que se te pasa por la cabeza. Tu sentido más animal. Todo lo que ocurre es maravilloso. Es simfónico para mí. Estoy tan despierta de vivir; dios mío, Henry, solamente he encontrado en ti la misma exaltación entusiasta, el mismo agolpamiento rápido de la sangre, la plenitud, ...
Antes casi solía creer que algo no iba bien. Los demás también parecían tener los "frenos puestos".
Nunca me doy cuenta de los frenos. me desbordan. Y cuando siento próxima a mí tu arrebatada excitación por la vida, me produce vértigo.
Hoy me habría gustado estar contigo tocándome mientras tú me hablas.
Cuando piensas constantemente, escribes constantemente.
Qué son las despedidas si no saludos disfrazados de tristeza? Lo mismo que el deseo y el placer de verte mientras te desnudas y te envuelves en la sábanas. Nunca has sido mía. Nunca pude poseerte y amarte. Nunca me amaste o me amaste demasiado o me admiraste como la niña que toma una lente y se pone a ver cómo marchan las hormigas y cómo, en un esfuerzo inacabable y lleno de fatiga, cargan enormes migajas de pan. Qué son aquellas noches lluviosas en medio de la cama de un hotel. Qué el recuerdo de nuestros pasos por la calle, en el teatro o en la sala de conciertos. Qué son los recuerdos de los celos y de tus amantes y de June y de mis amantes.
Anaïs, no creo que nadie haya sido tan feliz como lo fuimos nosotros. No creo que exista en la historia del hombre y de la mujer un hombre y una mujer como tú y como yo, con nuestra historia, nuestras circunstancias; con aquello que se desbordaba en las paredes, el ruido de la calle y la explosión de tu mirada inquieta de ojos delineados en negro; con la sinceridad de tu cuerpo frágil y tu secreto agresivo e insaciable. El recuerdo puede ser cruel cuando estás volando febrilmente a tu próximo destino, a otros brazos que te reciban expectantes y hambrientos. El recuerdo de tu diario rojo que tirabas en la humedad de la cama entre tus labios entreabiertos y mis ganas de desearte. Te deseo. Te deseo con la desesperación y el anhelo de lo imposible y ya te has ido y tal vez, en un sueño imaginativo y romántico, leerás estas palabras una y otra vez, en medio de mi ciudad con la gente pasando en medio de las calles y la sorpresa en tus ojos y la gran dama con el fuego en la mano derecha.
Adiós, tuyo siempre
Henry
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